La maldición de Hill House

La maldición de Hill House

Las razones de este tardío abordajes en torno a La maldición de Hill House, la serie de Netflix que ha contado con una grandísima acogida entre la audiencia, son variadas, desde la escasez de tiempo, a las fiestas navideñas, pasando por la principal: la digestión de este drama familiar tan potente, lleno de matices, que ha requerido más de un visionado.


A partir de aquí escribiré contado cosas de la serie, así que, si no quieres que te la estropee, no sigas, de momento.

La serie es tan abrumadora que daría para escribir un libro o una tesis analizando todos y cada uno de los aspectos. Aunque también entiendo que pueda haber detractores de esta, y cuya opinión es tan válida como estas líneas.  Lo que no se puede negar es que su narrativa, a base de saltos temporales, consigue una visión poliédrica que te permite empatizar con todos los personajes, otorgando una profundidad dramática que yo, personalmente, agradezco.

Nos cuenta la historia de Olivia y Hugh Crane, dos arquitectos cuyo anhelo es comprar una enorme mansión y arreglarla para poder vivir, de manera desahogada, con sus cinco hijos, Steven, Shirley, Theo, Luke y Nell, sin ser conscientes de que en ese verano tendrán lugar una serie de acontecimientos que atormentarán a los protagonistas por el resto de sus vidas, sobre todo, por la muerte de su madre en circunstancias que su padre jamás les explicará. Pero para entender el trauma por la pérdida materna, la narrativa de la serie se encarga de que el personaje de Olivia tenga el carisma necesario para que nos enamoremos de ella. Todo es luz alrededor de ella, su rostro y sus ojos desprenden un brillo magnético, convirtiéndose en el pilar fundamental de la familia que, al truncarse, arrastrará consigo a todos.

Bajo la piel del género de terror se esconde un drama que potencia todo ese efecto de lo sobrenatural. Todos los hijos, a su manera, intentan salvar ese dolor que les causa el desconocimiento de los hechos, de maneras diferentes. Por eso es raro que no haya alguno con el que no nos sintamos identificados. Con el hermano mayor, Steven, a quien le ha tocado el indeseado rol del cuidador familiar, que evita (por eso se niega a tener hijos); la perfeccionista Shirley, consumadora de una infidelidad cuya culpa le atormentará; la recelosa Theo, de quien sabemos es tan extremadamente sensitiva que ser arisca es su forma de protección; el frágil Luke, blanco fácil de cualquier vendedor de drogas; y, finalmente, la pequeña Nell, es eslabón más débil de los hermanos y por donde la casa continuará fagocitando a la familia Crane.

Como he comentado antes, es extraño que ninguno de los personajes nos toque la patata tanto como para identificarnos con sus miedos, sus debilidades y sus anhelos. Cómo no reconocernos en el personaje abiertamente lésbico de la serie, Theodora. Dotada de un don con doble filo, ser capaz de sentir las mismas emociones que giran alrededor de personas u objetos con tan solo tocarlos. Su carácter esquivo y huraño (descrito gráficamente a través de la utilización de esos guantes que le protegen de su agudizado sentido del tacto), su físico imponente y su enorme corazón (sí, al final descubrimos que Theo tiene sentimientos) crean un personaje tan delicado como fascinante. Sin duda mi favorito, junto con la hipnótica y seductora matriarca, Olivia. Sin olvidarnos de un detalle, y esto es muy de agradecer, la orientación sexual de Theodora no es motivo de drama ni escándalo, es una parte más del personaje, un paso más en la visibilidad y normalización que hay que aplaudir y agradecer.

En definitiva, una serie con carcasa terrorífica, pero con alma de melodrama que no puede dejar a nadie indiferente, con una mención especial para ese capítulo seis, rodado a base de planos secuencia en donde el drama familiar se hace tan sofocante y angustioso que la catarsis de emociones familiares penetra en el espectador como si Theo se hubiera despojado de sus guantes.

Estad alerta porque ya se habla de una segunda temporada, ojalá que sí.

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